Memoria número V:
Estoy
sentado en el sofá, en el interior de la casa. La tele está encendida y las
imágenes se suceden: se trata de Doraemon, subtitulado en japonés. El idioma
del audio lo desconozco porque el volumen está al cero. A mi alrededor hay tres
niños, dos japoneses y un brasileño. A pesar de ser de distinta nacionalidad,
los tres miran los dibujos con extrema intensidad; el gato azul y cósmico los
tiene absortos, sorprendiéndoles con cada invento que se saca del bolsillo. A
mí sin embargo me aburre, así que me levanto para dar una vuelta.
Como
en toda reunión familiar, los corrillos no tardan en formarse. Los familiares
de Fe, venidos del Perú, por una parte, las tías de Valencia por otra, Diego
Santana, solitario, apoyado en cualquier lado, y los dos Manuel Machado, Sénior
y Júnior, atendiendo ahora la parrilla ahora los invitados. León Machado, como
siempre, también está en el circuito, dedicando unos minutos de cortesía a
todos aquellos que hace mucho que no ve o que tardará mucho en volver a ver. A
todo esto, yo voy picoteando por aquí y por allí, observando, quedándome con
las afinidades de cada uno, controlando la situación. Se trata de una reunión
familiar muy fragmentada, donde los grupos son bastante cerrados y, aunque
amistosos, reacios a entremezclarse. La mayoría es la primera vez que se ven, y
todavía les falta un rato para acabar de romper el hielo. Me llama la atención
que los niños, allá adentro, sean los únicos que no tienen preferidos: miento,
claro que tienen un preferido, su madre. Pero más allá, cualquier extraño no es
un extraño para ellos. No entienden el concepto de extraño. No desconfían,
aunque aquí nadie desconfía de nadie porque Júnior nos avala a todos: si os he
invitado es porque valéis la pena, y nosotros, que creemos en su criterio,
sabemos que el otro, el extraño, no es realmente un extraño sino un potencial
amigo. Curiosidades de las relaciones humanas.
Precisamente
es Júnior el que me ve por ahí, deambulando, y quizá pensándose que no estoy a
gusto (claro que lo estoy, disfruto observando y aprendiendo), decide
intervenir para solucionarlo:
—Tú,
Jorge, como si fuera tu casa, ¿eh? ¿Cuánto hace que nos conocemos? ¿Veinte
años? No me seas tímido. ¿Quieres una cerveza?
—No,
gracias, Júnior, no me gusta la cerveza.
—A
mí tampoco. ¿Y una Shandy? ¿No me vas a decir que no, eh?
—Vale,
sí, una Shandy sí.
—Mira,
ven. Va, como si estuvieras en tu casa, de verdad.
Volvemos
adentro y nos dirigimos a la cocina. Diego Santana, motivado por la posibilidad
de una Shandy, nos acompaña. Júnior me enseña el congelador, donde está la
limonada y la cerveza, y saca tres jarras.
—Venga
—dice, risueño—. Prepárala tú y así haces algo de provecho, coño.
Diego
se me adelanta y comienza a llenar las jarras. En menos de dos minutos vuelvo a
estar fuera, a la fresca, con una jarra de cerveza con limón en cada mano. Me
acerco a Júnior y le ofrezco una. Pese a estar ocupado con la parrilla, agarra
la jarra, se deshace del resto de conversaciones y empezamos a hablar:
—Bueno
—empieza Júnior—, me ha dicho León que estás escribiendo y tal, ¿no?
—Sí,
así es, está jodida la cosa y no tengo un duro, pero bueno, es lo que me gusta,
así que no pierdo nada por intentarlo.
—A
mí León me ha dicho que eres un crack, vaya, ¿tú crees que vales? Te lo
pregunto así, directamente, porque a veces nuestros amigos nos sobrevaloran y
tal. No te ofendas, ¿eh? Sólo es para saber tu opinión.
—Bueno,
creo que me defiendo. Con un poco de suerte, si me diera a conocer…
—A
mí me gustaría leer algo de lo que escribes, ¿puede ser?
—Sí,
claro, tengo un blog con unas cuantas cosas, luego te paso el enlace.
—Bien,
perfecto —dice mientras da la vuelta a los chorizos—, pero pásamelo de verdad,
¿eh? No es cortesía.
—No,
no, es más, te diré lo que haremos: ya que me has invitado a la boda y no puedo
permitirme un regalo físico, voy a escribir un relato relacionado contigo. No
sé cómo será, ni de qué tratará, ni siquiera sé qué papel tendrás, pero puedes
estar seguro de que cuando lo leas, rápidamente identificarás tu alter ego, tu
historia.
—¡Perfecto,
perfecto! Me mola, me mola —contesta Júnior.
—¿Y
tú? ¿Qué tal? León me tiene más o menos al día. Me explicó que tras el segundo
incendio decidiste cambiar las cosas y que ahora todo te va de puta madre.
—Hostia,
ya ves, tío. Hay dos cosas que me han marcado muchísimo: el mes que pasé en el
Perú, con la familia de Fe, y que me quemaran la casa dos veces. De verdad que
te cambia la vida, me di cuenta de que no podía seguir por el mismo camino,
algo debía hacer.
Sénior
se acerca a hurtadillas a la parrilla y, a espaldas de su hijo, pincha juguetón
un chorizo y se lo lleva a la boca. Júnior se da cuenta pero no le importa, qué
le va a importa, que coma, que para eso está la comida.
—Mira,
Jorge —interviene Sénior—, este bandarra se fue al Perú pensando que allí
todavía juegan al fútbol con cocos. ¡Vaya desgraciado! Lo trataron como a un
rey, le abrieron los ojos y ahora ha vuelto a la Isla preparado para aderezar
su vida. Nosotros que nos reímos siempre de los Latinoamericanos, que si están
atrasados, que si tal, que si cual, y mira: ¡el padre casado con una chilena y
el hijo mañana con una peruana! Te voy a dar un consejo, Jorge, nunca te cases
con una española.
—Venga,
tú, Papá —dice Júnior entre risas— vete a la cocina y tráeme el resto de la carne.
Y sí, tío, Jorge, lo que te decía. Allí, un mes entero fuera, con Fe y su
familia… fue una experiencia desinfectante. Me vino muy bien para pararme a
pensar, aunque coincidiera con que nos quemaran la casa otra vez estando fuera,
y mi madre tuviera que comerse todo el marrón… al final ha resultado ser muy
positivo.
—¿Viajar
es aprender?
—Absolutamente.
Además del viaje, el tema es que he dejado de fumar. Cero. Llevo como cinco o
seis meses sin darle una calada a un porro. Piensa que yo empecé tarde, igual
con veinte, pero es que ya tengo más de treinta. Son más de diez años fumando a
diario o casi, y, quieras que no, eso se acaba notando. Ahora estoy más fresco,
más ágil, menos embotado, y lo agradezco.
—Me
contó León que estás en una empresa y eres, palabras suyas, el puto amo, ¿no?
Aquí
Júnior se corta un poco. Le noto orgulloso de sí mismo pero con cierto miedo a
parecer petulante o presumido.
—Sí,
la verdad es que sí. Mira, el problema es la confianza en un mismo, ¿entiendes?
Yo me infravaloraba, me consideraba incapaz de hacer muchas de las cosas que me
hubiera propuesto, y claro, ni las empezaba.
Por eso era tan problemático. Sólo quería pasarlo bien, tener dinero, un
coche rápido, un Alienware para jugar de puta madre…Me costaba mucho centrarme,
ser constante y trabajarme mis objetivos.
—Ya…
recuerdo una anécdota que contaba León, cuando en el cole te dedicabas a tirar
sillas por el hueco de las escaleras.
—Y
esa no es de las gordas —responde Júnior, enigmático. No me puedo llegar a
imaginar los líos en los que ha estado—. Pero bueno, eso, al volver del Perú
dije ya está, no puedo seguir así ni un día más. Encontré curro en una de las
mayores páginas web de ventas de crucero, y mira: yo concierto una cita con el
cliente y le explico todo el rollo. Y ya ves tú, yo no tenía ni puta idea de
cruceros, así que tuve que aprender; pero ahora ya domino. Encima como sé
inglés y castellano puedo acceder a ambos mercados, y eso es una ventaja. El
curro es muy sencillo, no tienes jefes que te toquen los huevos, tú si quieres
ir a sentarte y hurgarte la nariz, adelante. Yo voy, me siento, y empiezo a
trabajar como un negro. Al fin y al cabo, vas a porcentaje, tanto vendes tanto
cobras.
—¿Y
se te da bien, no?
—Pues
la verdad es que llevo ahí… cinco meses, creo, y los últimos cuatro he sido el
número uno en ventas. Encima éste último he superado el record de la empresa
como en un 30%...
—Hostia,
¡vaya barbaridad!
—Pues
sí, tío. Hice ganar a la empresa 29.000€. Imagínate, están contentísimos, me
cogió uno de los jefes y me dijo eh, tú, Manu, ven a desayunar conmigo. Me
tratan bien, la verdad; no me explotan, me cuidan bien, y como salimos ganando
los dos…
—Después
de toda esa mala racha, me alegro de que por fin te vayan algo mejor las cosas,
la verdad.
—Y
yo todavía más —responde él, suspirando. Se le nota que está aliviado de
verdad, que se siente mucho más a gusto en su propia piel—. Y lo que te decía
de la confianza… Si tú crees que vales, inténtalo. De verdad, a tope, a muerte,
como si te fuera la vida en ello. ¿Te gusta escribir? Que nadie te diga que no
se puede. La voluntad es una parte tan importante del éxito… Y la suerte,
claro, pero sin voluntad no hay nada. Yo nunca creí que valiera para nada: me
consideraba un fracasado, un fumado, un don nadie, y no te equivoques; sigo sin
ser nadie. Ya ves, trabajando en una empresa de venta de cruceros. Pero ahora,
lo que hago lo hago bien. No llegaré a ministro, pero mira, mañana me caso,
celebro la barbacoa en la casa que recién alquilamos… Me siento mucho más satisfecho.
Los
chorizos ya están. Diego Santana va por su tercera jarra y por lo menos el
quinto chorizo. Se acerca Sénior con el resto de la carne.
—Ojo
—dice Júnior a la que agarra la carne y empieza a colocarla en la parrilla—.
Esto es vacío y esto, entraña. Esto son costillas, esto lomo… Espero que te
guste la carne, porque hemos comprado una barbaridad. Vamos a sufrir para
acabárnoslo todo. Pero mejor que sobre que no que falte, ¿verdad?
Asiento
con la cabeza y me fijo en cómo mira Diego el vacío. Eso es auténtico amor. Yo,
por mi parte, casi que prefiero los chorizos y la chistorra.
—Por
cierto —prosigue Júnior mientras da la vuelta a las piezas—, ¿qué te parece mi
hermano?
Busco
con la mirada y encuentro a León a pocos pasos, ajeno a nuestra conversación,
charlando con una de sus tías de Valencia.
—Podría
ser mejor que tú. Tiene buenas manos, es habilidoso. Pero tú eres más
cabronazo.
Júnior
se echa a reír abiertamente. Está de buen humor.
—No
me refería a eso, aunque no te falta razón. Quiero decir, ahí lo tienes, le
dibujas una raya en el suelo y se tropieza con ella, y sin embargo míralo, trabajando de camarero
para ganarse cuatro euritos. ¿Para esto sirve estudiar? Lo han echado de mil
curros y ahí sigue, intentándolo.
—Bueno,
hace lo que puede, ¿no? Al menos lo intenta. A nuestra edad no es precisamente
lo más fácil tener las cosas claras.
—¡A
mí me dirás! Yo que ya tengo más de treinta y acabo de empezar. Antes mi viejo
te ofrecía un consejo, ahora voy a darte yo uno: no te pongas nervioso, no
luches contra el tiempo; no sirve de nada.
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